«INHERENT VICE» («PROPIA FRAGILIDAD») O LA DESTRUCCIÓN DEL ÚLTIMO PROYECTO COLECTIVO DE AMOR LIBRE Y ROMÁNTICO. Este domimgo 16 por Canal MAX HD de cable. Escribe AMILCAR MORETTI

LA DESTRUCCIÓN CULTURAL DEL ÚLTIMO INTENTO COLECTIVO DE AMOR ROMÁNTICO, EN LOS AÑOS HIPPIES CALIFORNIANOS, DURANTE LOS 60-70.


      Sobre la novela del mítico y enigmático norteamericano THOMAS PYNCHON,  «Inherent Vice» es una propuesta del realizador PAUL THOMAS ANDERSON que tiene como protagonista al mutifacético JOAQUIN PHOENIX, a quien Anderson recuperó tras un escándalo que comenzó como broma y puso en peligro su carrera en Hollywood. ESTE DOMINGO 16 A LAS 21 por la señal MAX HD (canal 693 en Cablevisión en La Plata, Argentina). Repite el viernes 21 a las 19, 30.

 

JOAQUIN PHOENIX, COMO UN DETECTIVE PRIVADO MUY PECULIAR, FUMÓN Y EN COQUETEO CON EL HIPPISMO, ENVUELTO EN EL DRAMA Y LA TRAGEDIA, NO SIN GROTESCO, DEL CAPITAL, EL NEGOCIADO URBANO DE LA CONSTRUCCIÓN Y LA DROGA. TODO LO MISMO DE MODO SINIESTRO.

 

 

 

Escribe
AMILCAR MORETTI
Argentina

 

            Atractiva, interesante, de anécdota intrincada, bastante melancólica, crítica, desilusionada, sarcástica, puede que a medio camino «Inherent Vice» produzca el rechazo propio del no entender. Mejor, el alejamiento que produce (en el espectador) el no comprender. Quedarse en lo argumental de esta película es como una trampa que expulsa a quienes no la merecen, o no la perciben. «Inherent Vice» («Vicio propio», en principio) es una obra que, tal vez sugiera más de lo que expone en apariencia y al mismo tiempo otra (obra) que se reconoce ambiciosa, que no sugiere -¡y vaya que lo hace!- tanto como supone de sí misma.

             No es simple explicar porqué una obra -una película, en este caso-, en su ambivalencia, suele padecer de una superficialidad compleja. O bien de una compleja superficialidad, que no es igual. Dos cosas, aquí: cómo es que una película es más profunda de lo que sostiene en apariencia, y en simultáneo acaso no indague tan profundo como quiere su autor, el realizador Paul Thomas Anderson.

Afiche de «Inherent Vice»

 

 

             En una primera lectura «Inherent Vice», del 2014, puede aparecerse con cierto humor ácido predominante. Una segunda lectura concluye lo contrario: la desilusión, la amargura, el escepticismo, la nostalgia por lo no logrado y ya pasado, lo perdido. Y aún más, cierto guiño al espectador para quedarse en la duda, deliberadamente: ¿Sueño, he soñado, estoy en un sueño, fue un sueño, o aquello que deseaba y viví y perdí ha vuelto?

         Véase bien el último plano de la película: Joaquin Phoenix junto a su antigua novia de verano playero apoyada en su hombro conduce un auto, en apariencia. La imagen es desde dentro de la cabina del automóvil, un automóvil, quizás, porque no se ve el volante. Flota, no hay nada o hay humo detrás de los vidrios de las ventanas. Puede ser un «guiño» al espectador informado: el antiguo «fondo proyectado», de esos que se filmaban dentro de un estudio y simulaban que alguien viajaba en auto, pero el coche estaba detenido en el set y los asistentes lo movían mientras algunas imágenes, o no la noche, se proyectaban detrás de las ventanas.

               Y de pronto, un haz de luz pequeño -como un «seguidor» teatral, no circular- enfoca los ojos y poco más de Joaquín Phoenix y él mira a cámara, es decir al espectador, es decir a uno, a cada uno de nosotros. ¿Sueña el protagonista? ¿Imagina? ¿Se ilusiona bajo los efectos de las drogas que siempre consume?

 

 

 

 

            Phoenix sonríe, en su sueño o en lo real (lo «real» del cine, la ficción, también). Y ahí funde a negro la imagen. Termina todo. Fin. Se cierra la historia. Se perdió todo, nuestra vida, la vida del protagonista, un hombre de los años 60 y 70 del siglo XX, un hipón de California, de Los Ángeles, en la cuna y desarrollo del movimiento hippie que el tiempo se llevó y el sistema destruyó de modo planificado, deliberadamente, a través de sus organismos de inteligencia y espionaje. Muy común hoy, incluso en Argentina, por ejemplo para «fabricar» casos con entero apoyo mediático y víctimas reales. (El 40 % del 51 %. ???).

             Y «Inherent Vice» aclara esto, lo dice de modo explícito: el sistema capitalista norteamericano destruyó la alternativa hippie, la hizo suya, la absorbió, la cooptó y la destruyó, como destruyó con represión y cooptación, con drogas aniquiladoras al movimiento negro de derechos civiles, no solo al armado y militarizado, sino también al pacifista de Luther King, y lo convirtió en pura mitología.

                  ¿Quién recuerda a Los Panteras Negras? Creo que hoy hasta se siente vergüenza de haber apelado la violencia. O sea, haber hecho lo mismo que el sistema. Lo cual está dirigido a significar no que la violencia es vergonzosa o nefasta, sino que hay una «violencia buena», una sola, la del sistema, del Poder, la del Orden. Mejor: el Orden del Poder. (Si se pone atención se puede percibir hoy, también, en Argentina, en indicios y demostraciones; se pudo cruelmente de manifiesto durante la última dictadura-cívico-clerical).

Paul Thomas Anderson, el realizador (izq.) y Joaquin Phoenix.

         «Inherent Vice» se basa en una novela del norteamericano Thomas Pynchon, hoy de más de 80 años, siempre en el más completo anonimato, «escondido» de la prensa y la cultura mediática, considerado uno de los escritores más destacados de los últimos 40 o 50 años en Estados Unidos.

            «Inherent Vice» («Vicio propio, en el literal), es un defecto o debilidad inherente, una natural carencia de un producto o mercancía. Lo aclara el filme de Paul Thomas Anderson: en el ámbito de las compañías de seguros, es esa mercadería cuya conservación no puede garantizarse por las propias debilidades o naturaleza de la misma. Solo que en el filme se refiere a una bella muchacha, la bella y fugaz amada del protagonista, en los finales de los años 60, en las playas californianas.

 

 

PAUL THOMAS ANDERSON 8DER.) Y EL ACTOR MARTON SHORT COMO UN PAYASESCO Y SINIESTRO DIRECTOR DE CLÍNICA PSIQUIÁTRICA PRIVADA.

          Ella, la frágil y sensual actriz Katherine Waterston, no muy conocida en lo masivo, la mítica y dolorosa Shasta en la ficción. Él, como dije, es Joaquin Phoenix, o sea Larry Sportello, un fumón que coquetea con el hippismo y termina como detective privado complicado, implicado en la sombría trama de la infiltración, los negocios sucios (¿no todos lo son?), la política del dinero. O el dinero del capital-sistema. Así se destruye al amor, incompatible con el capital, con lo real, con -al menos- este mundo. El amor, en otras culturas pre-capitalistas, no era por necesidad incompatible con la riqueza. El amor es incompatible con el capital, que es otro asunto. El amor romántico (inventado en los siglos XI-XII, en la Provenza francesa) más aún.  

KATHERINE WATERSTON Y JOAQUIN PHOENIX

               Esto es, en grandes líneas «Inherent Vice». Una película de anécdota complicada que parece tener cierto humor y al final (y en una segunda visión analítica) muestra que no es tan intrincada, que la anécdota no importa demasiado, y que la sustancia y sentido son amargos, desilusionados.

           «Inherent Vice» es un filme negro. Un policial negro, a su manera, aunque no un thriller cabal, más allá de algunas escenas de crimen. Como película policial noir se entiende o no, se acepta o no, además de que mueve en los márgenes del género y se acerca también a la película de amor, en paradoja.  O al drama, con ciertos toques livianos, casi de comedia, aunque más que nada de grotesco. Porque grotesco es el mundo que retrata, no el de los hippies del pasado sino el de los empresarios corruptos que terminan por manejar las vidas de los rebeldes y alternativos y hacer sus propios negocios que incluyen la destrucción de los idealistas, los ilusos, los, al final, ingenuos.

 

 

                Dije que se podía abandonar a mitad de camino la visión de la película, algún público no entrenado, no paciente (el arte requiere paciencia, tiempo, años, prácticas y lecturas y miradas de décadas). Pero no vale la pena abandonar esta película: tiene sus sentidos y significados que, de algún modo, toman la decepción de modo liviano aunque explícitamente doloroso. A veces uno se ríe de sus propios dolores y padeceres; es una forma de tomarse en broma para que el sufrimiento no aniquile lo que queda. Esa parece ser la mirada de Paul Thomas Anderson sobre la novela de Pynchon y acerca de toda una generación y movimientos que nacieron como alternativa al capitalismo de consumo, en esos años sesenta-setenta. No lo sabíamos entonces. Lo percibimos tarde. Ellos ganaron: el dolor, las desapariciones, fueron nuestros.

 

 

 

           Hablo de la película. Paul Thomas Anderson, el realizador, es «loco», algo loco. De una locura medida para el estándar de Hollywood industrial. Suele estar a medio camino entre el Oscar, que obtiene, y el llamado cine independiente, «a la norteamericana», hoy. Anderson -después recuerdo un poco más sobre él- es calculadamente loco. Lo suficiente para hacer un cine interesante que desborda la media rutinaria. Conforma y no revoluciona. Distinto, aunque no demasiado, medido y salidas y reingresos en la línea de ruta marcada.

                Junto a Anderson está, primero, Joaquin Phoenix, otro loco calculado, deliberado. Algunos recuerdan la broma del 2008, plasmada en un falso documental junto al actor y director Casey Affleck (hermano del también cineasta e intérprete Ben Affleck).  Phoenix anunciaba su retirada temprana del cine para dedicarse al rap. Fue creído, aún cuando los ejecutivos del negocio del cine estaban al tanto de la estratagema, un chiste. Pero le costó la carrera, o casi, hasta que lo rescata, precisamente, Paul Thomas Anderson.

                  Phoenix, con su labio (casi) leporino, juega de raro y lo reconoce, de algún modo. Lo dice Anderson: “Y lo más divertido es que cuando le conoces no tiene nada de raro. El tipo más encantador, con un gran corazón y un pozo sin fin de creatividad además de una mente muy rápida. Nunca oirás otra cosa de cualquiera que haya trabajado con él. Y sin embargo es graciosa la fama de raro que se ha buscado él solo para protegerse” (https://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/13/actualidad/1426260385_337464.html).

JOAQUIN PHOENIX EN UNA ESCENA PUBLICITARIA DE «INHERENT VICE»

                  Alrededor hay intervenciones y actuaciones de gente de muchas virtudes y de gran prestigio: Benicio del Toro, como un abogado que oscila entre el descuido personal y la astucia jurídica para defender a los marginados (no marginales). Owen Wilson, el de «Los excéntricos Tenenbaum» (The Royal Tenenbaum, del 2001), de Wes Anderson, el otro Anderson del cine norteamericano, más loco y, seguro, más confiable que Paul Thomas (y menos premiado, tiene lo suyo en Hollywood).

                  Owen Wilson es el demente de alguna película pava y cómica, pero sobre todo el «socio» de otro comediante muy grande, actor y director, Ben Stiller («Zoolander») y del inimitable Will Ferrell, que casi nadie ubica y se lo pierden, lamentablemente, porque es un innovador excepcional un poco en la línea de Buster Keaton, serio, severo y absurdamente cómico a la vez. Igual, o menos, que el casi insuperable Bill Murray, difícil, complejo. Es complejísima la supuesta simplicidad. Ser simple es un proceso muy complejo, como modo de expresión profundo.

                   Hay más, la rubicieta -ya crecida- Reese Whiterpoon, que sabe cómo combinar su carrera entre lo serio y minoritario y lo liviano y comercial. Josh Brolin es un buen nombre, un intérprete seguro, en «Inherent Vice» un patético y brutal, recordable detective entre la frustración, el fracaso y las corruptelas, deseando ser estrella de cine (y llega a extra de televisión), un pobre tipo manejado por la esposa y violento con los detenidos.

                     También Eric Roberts, un buen intérprete que -casi, podría decirse- se representa a sí mismo en la decadencia de las drogas y las internaciones cíclicas. Martin Donovan, rostro conocido y nombre ignorado, como un padre rico y psicópata en busca de una hija mayor de edad que decide gozar del sexo y las drogas. Martin Short, otra cara reconocible con identidad poco masiva, como el médico propietario de un negocio de lujosa y kitsch clínica psiquiátrica de recuperación de drogadictos, un psicópata siempre sonriente y siniestro que aprovecha sexualmente  a la gozosa hija de Donovan, a la que le gusta lo que hace y le hacen (no tanto, lo común informado) aunque más no sea por salirse de la casa de su padre rico, un siniestro «normalizado».

                      Lo que hace de «Inherent Vice» un filme «complicado» en su anécdota, tal vez estructura sostén pero no trascendente ni sustancial. Lo sustantivo y sustancial es la revelación de la corrupción como inherente al funcionamiento del capitalismo actual, desde hace más de medio siglo. No hay capitalismo sin corrupción, quizás una nueva forma de la plusvalía junto a la alienación de la televisión y la publicidad, el marketing y los medios masivos de difusión que formatean cabezas y subjetividades, destruyéndolas.

                En los primeros minutos, si se presta atención a la voz en off que acompaña el relato, se entiende que el asunto es serio, grave bajo su apariencia de ligereza. «Inherent Vice» denuncia lo de todos los días allá, y aquí, hoy en Argentina y en casi todas las grandes ciudades. Los Angeles  acabó con el hippismo de hace media centuria mediante operaciones inmobiliarias que fueron corriendo a la población disidente hacia los márgenes.

                  Lo mismo en la Nueva York del alcalde Rudolph Giuliani, que desapareció al mundo de «Taxi Driver» (el de Scorsese) mediante la represión policial sobre la base de la exclusión de grandes conglomerados poblacionales hacia la periferia, instalando en su lugar nuevas edificaciones para las corporaciones y una nueva clase media pulcra aunque dada a las drogas como legalidad aceptada.

              La  famosa, celebrada, apoyada y trágica «mano dura» o «limpieza» del intendente Giuliani consistió en una combinación de bastonazos y encarcelamiento sustentados en el negociado de la construcción ligada a permisos y habilitaciones más de política mafiosa o mafia capital-política que en un proceso de urbanismo y salud mental de la población.

                     Con las drogas se inició y masificó la destrucción de una manera de ser alternativa y protestataria. Con el negocio inmobiliario y el fraude del lujo y el hiperconsumo irracional y del derroche se consumó de modo definitivo la «solución final»  del amor anti-consumo, del amor no mercancía. (De allí a las mujeres quemadas con alcohol y un fósforo solo un paso. Lo grave (e inteligente del operativo de control social) es que la previa y preparación cuenta con el apoyo, consentimiento de las víctimas).

                    Vuelvo al autor de «Inherent Vice», cuando lo recordamos primero por «Boogie nights» (1997, «Juegos de placer» aquí), la única película de ficción que retrata a la perfección la historia del cine pornográfico en los años 70, antes del surgimiento del videocasete que cambia a la industria, una industria del sexo-mercancía muy poderosa en el oeste de Estados Unidos, centro mundial de producción de este género, hace unos años trasladado a Hungría y Rumania por la baja de costos de producción al caer el comunismo, y ahora casi muerto por la competencia imparable del «porno casero» inaugurado por el digital).

                   También «Magnolia» (1999), que con Tom Cruise y un revelado John Reilly lo acerca al Oscar. «Embriagado de amor» (2002) no fue comprendida: un Adam Sandler destacable y extraño, buen actor que -aprecio- no logra encontrar un gran camino.  Su denuncia de la institución familiar, el matriarcado y el cercamiento del varón masculino no cayó bien, acaso por un momento feminista.

                  «Petróleo sangriento» con Daniel Day Lewis le trae laureles y de algún retoma un cine antiguo, o tradicional, donde la denuncia social a lo Sinclair Lewis 1920, novelista y premio Nobel olvidado, aparece como una buena intención en un universo del capital que lo ignora y aprovecha, como se utiliza a una anciana humanitaria que ha perdido el ritmo de la historia, lo cual no quita el valor del drama tradicional explicado.

                Hay otras películas, no vistas o poco difundidas en Argentina, hasta esta «Inherent Vice» que corre la suerte de la televisión de cable digital alta definición, minoritaria. «Material no asegurable», sin previsibilidad es la cultura hippie, tratada como museo. Lo dice Shasta, la muchacha que vuelve al final, quizás en sueños, cuando explica que para el negocio de las empresas aseguradoras una persona, un humano, ella, Shasta en un barco en el que pasa de cama en cama sin noción de cantidades de penes, es un humano como el «chocolate, que no puede asegurarse que no se derrita, o el hielo, que puede convertirse en agua, y otras mercaderías que pueden desaparecer».

THOMAS PAUL ANDERSON Y RIVER PHOENIX EN EL FESTIVAL DE CINE DE NUEVA YORK EN 2916

 

                   Porque «Inherent Vice» es de naturaleza en transitoriedad, y quizás deba entender como la metáfora, la metonimia de la ilusión alimentada por una cultura de la fantasía. Ni la rebeldía ha de prosperar, aniquilada cuando tiene perspectivas de convertirse en modo general de vida anticapitalista, ni el amor es posible si en el medio de la común incomunicación, la neurosis y la psicopatía todo es hegemonizado por el dinero y su instrumento desde los años 80-90: las drogas, más aún las más horrorosas de diseño en laboratorio.

                 Es por eso que al final en «Inherent Vice» todo sea una historia de amor que se despilfarra, resulta fugaz y se hunde en el sueño o en la ambivalencia indiscernible y contaminante de la corrupción como modo de acumulación de capital, el encierro psiquiátrico cono negocio o solución para sostener al sistema, la sexualidad como mercancía y la prostitución proxeneta y psicopática, la represión policial violenta, el sin camino.

                   En el plano final Phoenix mira cámara con una sonrisa quizás irónica, quizás con triste felicidad, acaso porque logró volver al pasado, quizás porque está en otro de sus sueños narcóticos, lo único que lo aleja de un mundo incansablemente horrendo, insoportable y feliz. No puede dejar de recordar a Robert de Niro en el final, en el fumadero de opio, en «Érase una vez en América», del inolvidable Sergio Leone, italiano querido.

            Y así y todo, pese a ello, «Inherent Vice», película coja e incompleta, imperfecta y atractiva, se vende bien a sí misma con protagonista que es al final querible (Phoenix) o con aquellos definitivamente detestables. Una simpatía extraña, muy peculiar, basada en la paradoja y cierta agridulce melancolía.

 

                    Es como la vuelta a la caverna de Platón y su alegoría de la realidad, el humano y el conocimiento, lo real y lo increíble. El cine, tal vez, solo el cine, la pantalla, las imágenes. Anderson lo confesó: «Me di cuenta de que debajo de toda su obra (la del novelista Thomas Pynchon) hay una historia sencilla, pero tienes que escarbar bien profundo para encontrarla”… «Una historia que no necesariamente se entiende sino que se siente. Como le gusta decir no importa tanto cuán plausible es la trama sino el placer que produzca su visionado. Citando a otro maestro que piensa como él, Stanley Kubrick, Anderson recuerda que “es más importante el sentimiento generado por un filme que lo que comprenda tu mente». (https://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/13/actualidad/1426260385_337464.html )

 

 

 

 

The Meaning of Inherent Vice | Film Dissection [#17]

Jack’s Movie Reviews

Publicado el 7 may. 2016

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Inherent Vice. Anderson. Warner Bros. Pictures, 2014.

 Categoría: Cine y animación

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Autor: Amilcar Moretti

AMILCAR MORETTI: Escritor, periodista y fotógrafo Sitio web central: ERÓTICA DE LA CULTURA www.moretticulturaeros.com.ar Desde el 2010. Buenos Aires. Mi mail: amilcarmoretti@hotmail.com Escritor de periodismo y fotógrafo de desnudo femenino en situación cotidiana.Crítico de cultura, cine, arte y sociología de lo cotidiano durante cuatro décadas en el diario EL DIA (www.eldia.com) de la Argentina. Creador en el 2010, autor y titular del sitio ERÓTICA DE LA CULTURA magacine de cultura, erótica y política. Blog complementario: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com AMILCAR MORETTI Writer, journalist and photographer Central website: EROTICA OF CULTURE www.moretticulturaeros.com.ar Since 2010. Buenos Aires. Mail: amilcarmoretti@hotmail.com Journalism writer. Female nude photographer in an everyday situation. Critic of culture, cinema, art and sociology of the everyday for four decades in the newspaper EL DIA (www.eldia.com) of Argentina. Creator in 2010, author and owner of the site ERÓTICA DE LA CULTURA magazine of culture, erotic and politics. Complementary blog: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com

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